Anchirallen
“Cuando Numé, el hijo de Meriwé, la viuda pobre que vivía en RukaPequén, comenzó a deambular por las noches cerca de las tumbas, en busca de joyas u objetos para robarle a los muertos, ocurrió que un “anchirallen” lo siguió hasta su casa y durmió a su cabecera por varios días, hasta que encontró el momento de entrar en el. Numé comenzó entonces a actuar extrañamente, diciendo y haciendo cosas que no haría una persona normal.
Varios días después no soportó su propia casa y, pese a los ruegos de su madre, se fue a vivir al cementerio y no salía de allí ni siquiera para comer. Vagaba desnudo y sucio y cuando alguien se le acercaba, saltaba sobre él y lo maltrataba. Adquirió una enorme fuerza que en ocasiones superaba la de diez hombres.
Muchos intentaron atraparlo, tendiéndole trampas para tomarlo por sorpresa, ya que todos sabían que era peligroso, pero Numé parecía saber de antemano lo que le esperaba y si lo lograban atrapar, se hacía el prisionero algun rato, para después romper violentamente las cuerdas y dejar magullados y heridos a sus captores. Así fue como en una ocasión le descoyuntó la pierna a su propia madre, la que se salvó milagrosamente, ayudada por varios hombres que la protegieron de la furia imparable de Numé.
Desde ese día, Meriwé nunca volvió a intentar atrapar a su hijo y se conformó con dejarle comida a la entrada del cementerio al caer el sol de la tarde.
Nadie supo nunca como ayudar a Numé a volver a la normalidad. Ni los brujos, ni las machis pudieron hacer que el "anchirallen" saliera de él.
Su madre finalmente se cansó y hasta prefirió olvidarse que ese engendro era su hijo. Con el tiempo hasta dejó de llevarle comida, esperando que el hambre lo matara o le hiciera salir a la luz del sol donde pudieran darle muerte. Pero esto nunca ocurrió.
Un día, temprano en la mañana, lo encontraron colgado de uno de los árboles del cementerio, casi sin forma humana, esquelético y paliducho. La gente se sorprendió, ya que no supieron si el mismo se había ahorcado, u otras personas habían hecho aquello. Sin embargo, nadie se alegró por amor a Meriwe, que era una buena mujer.
Cuando sus antiguos amigos lo fueron a descolgar para darle una sepultura digna, muchos creyeron ver en su mirada perdida una argucia más de Numé para matarlos, asi que lo dejaron colgado hasta que su carne se secó y sus huesos cayeron solos a tierra, disolviéndose en el fango de aquel invierno. Nadie quiso nunca más enterrar a sus muertos allí y llamaron a aquel lugar "Queonqueir", que es “casa maldita” en la antigua lengua.