viernes, septiembre 02, 2005

Los Refidines

Los "Refidines" fueron en un momento hombres. Vivieron junto al mar en días en que la tierra no estaba muy poblada y todavía no se creaban armas para la guerra,y los hombres y las mujeres andaban desnudos por el mundo. El frío y el mal todavía estaban lejanos. No sabían de la muerte, ya que los Refidines vivían muchos años, tantos e incontables que no habían visto morir a ninguno de su especie y el dolor, la vejez o la enfermedad les eran desconocidos

Amaban a Nguen y le ofrendaban de sus cosechas y lo que hacían con sus manos cada mañana, cuando el bajaba y les llamaba a cada uno por su nombre. Nguen los favorecía con buen clima y buenas cosechas y les permitía ver a los espíritus que rodean al hombre y que son hijos de la tierra.

Tenían todo aquello que los podía hacer felices y prósperos, y a medida que fueron entendiendo el arte de la navegación, construyeron bellas embarcaciones con las cuales se hacían a la mar, buscando y estudiando a los enormes monstruos marinos que surcaban el océano y a los espíritus que los acompañaban. Se volvieron hábiles nadadores y en ocasiones un refidín podía estar sumergido un día con su noche completa bajo el agua, por lo que era costumbre de aquella hermosa gente, competir por saber quien era el más hábil para sumergirse en el océano.

Cierto día, el hijo de la reina, que se llamó “Iyo” solicitó a su madre permiso para hacer una gran embarcación que surcara el océano y les permitiera conocer aquel extenso mundo. Quiso Iyo tomar a los mejores y mas valientes refidines, y durante muchos cambios de estación, construyeron un enorme barco, cuyos mástiles podían observarse desde muy lejos y cuya altura sobrepasaba la de las torres de la ciudad. Cuando estuvo terminada la obra, Iyo fue ante su madre para avisarle que pronto partiría. A la mañana siguiente y antes que despuntara el alba, llevó flores rituales a los pies del Rukaln(1)
para luego conversar en lo alto de la torre con Nguen.

Cuando subió a la torre, Nguen estaba ahi y lo llamó por su nombre como lo hacía cada mañana. Su voz era como música y tormentas a la vez, como relámpagos y el sonido del agua cayendo, pero Iyo ya conocía aquel sonido y se sintió seguro y confortado. Le expuso sus intenciones a Nguen y le habló como no lo hacía desde que era niño; le nombró sus deseos de recorrer el mundo y conocer las maravillas de todo lo creado y de ver las gentes que habitan al otro extremo del mar.

Nguen calló luego de escucharlo. Él sabía que en el mundo una gran maldad había comenzado a contaminarlo todo y que en su camino por el mar, Iyo encontraría a Cai, la serpiente marina. Asi que Nguen tuvo compasión de él y le dijo: “Se que no has venido a solicitar consejo, sino a despedirte, porque lo que has determinado hacer lo harás, aunque te pida que te quedes” Entonces Iyo se sintió sorprendido por aquellas palabras y respondió: “Si me pides que me quede, lo haré" y no preguntaré nada más.

Asi que Iyo se quedó entre sus hermanos por varios cambios de estación. Subía todas las mañanas a conversar con Nguen junto a los otros del pueblo y la reina, pero no se quedaba a solas con él sino que participaba de la liturgia en conjunto con los otros. Entonces supo Nguen que la sombra de maldad que cubría el mundo también estaba llegando a los refidines y un día en que Iyo oteaba triste el horizonte del mar desde la proa de su barco, se le acercó a hablarle. Pero su voz fue suave y dulce y le habló de las cosas que están mas allá de los confines del mar, de las otras gentes que habitan ciudades y adoran dioses de nombres oscuros, que reclaman la sangre de sus siervos para si. También le habló de Cai, la serpiente marina, el monstruo que corrompe el corazón de los hombres y espíritus mas fuertes. Finalmente le preguntó: “Con todo esto aun deseas ir” e Iyo le contestó que si. Entonces Nguen le dijo “sea como desea tu alma" y lo bendijo.

Asi fue como a fines de ese año Iyo se hecho a la mar. Preparó grandes porciones de comida y pertrechos y a los mejores refidines para que lo ayudaran en su propósito, pero Iyo no volvió a presentarse a Nguen solo ni Nguen le volvió a buscar. Todas sus fuerzas estaban abocadas en su propósito y un día soleado de fines de primavera, partió.

Se dice que recorrió muchos lugares, entre ellos las tierras alejadas de los gigantes y los lugares donde las montañas están en continuo movimiento. Conoció las gentes que adoran otros dioses extraños que piden beber de la sangre de sus victimas, pero ninguno de ellos le habló nunca. Llevaba una gran provisión de piedras y pedazos de oro y conoció como se comerciaba con ellos. Sin embargo, en muchos lugares lo engañaron y varios de sus hombres fueron hechos prisioneros y esclavos, algunos contrajeron raras enfermedades que lo llevaron a la muerte y otros quedaron mutilados en reyertas atizadas por la violencia de aquellas gentes. En muchas ocasiones, se salvó milagrosamente de que lo tomaran prisionero. Vio como se hacía pelear a los animales y los hombres hasta que morían, conoció la esclavitud y en medio de aquello, deseó volver a su tierra, a ver a su parentela y sus amigos. Estuvo 120 años fuera y cuando volvió, ya no era el mismo.

La reina fue avisada de que se había observado un inmenso navío que se acercaba a la costa y que ese navío era el de su hijo. Toda la ciudad fue a recibirlo cuando desembarcó, pero también todos se asombraron del estado en que venía la tripulación y el mismo barco. Algunos bajaron enfermos y con heridas putrefactas, con ojos y manos de menos, cansados, ennegrecido y deshidratados. Iyo no bajó hasta el final, tal vez avergonzado de volver a esa tierra en ese estado tan lamentable.

Nadie lo reconoció cuando bajó. Las canas le cubrían la cabeza y aunque estaba entero, parecía llevar un gran peso encima que lo hacía encorvarse como un anciano.

Pero lo peor no fue eso, sino que trajo con él el mal de las otras naciones, las pestes que no se conocían en su ciudad. Mucha gente murió por ello porque no conocían medicinas para combatirlas ni ungüentos para aliviar las heridas. Incluso la reina, su madre, estuvo enferma botando sangre por sus oídos por largos días. La fortaleza de su estirpe le permitió sobrevivir, pero quedó sorda para siempre. Tuvieron que quemar los cadáveres a las afueras de la ciudad, llorando y gimiendo por sus hermanos muertos. Y supo Iyo que el mal que había visto en su viaje había regresado con el, cruel y nefasto como era en otras partes de la tierra , pero no lloró.

Fue pués de madrugada, antes que amaneciera, a visitar el Rukaln y subió a la alta torre para hablar con Nguen. Se puso en tierra y lloró y gritó como nunca hacen los hombres, se golpeó el pecho y las sientes y rasgó su manta quedando desnuda su alma y su cuerpo delante de Nguen. Pero Nguen no habló hasta que se hizo de tarde, hasta que Iyo ya no tuvo mas lágrimas y el frio se posó sobre la ciudad, hasta que Iyo sintió como negros nubarrones dejaban caer su carga de infinitas piedrecillas de hielo sobre la ciudad rompiendo techos y árboles. Entonces habló Nguen, y su voz no había cambiado desde la última vez que le hablara, pero ahora era severa y triste. Habló pués de esta forma a Iyo: “Hijo mío, amado Iyo ¿Por qué vienes con llanto y súplica delante de mi? ¿Acaso podré borrar de mi presencia el mal del hombre y la mujer que habitan esta tierra? ¿Podré devolver el oído a la reina y la vida a tus hombres y el corazón a los que fueron quebrantados por tu soberbia? Día y noche te vi tambalear y morderte el miedo queriendo regresar, pero no lo hiciste ¿Por qué no me invocaste en los pueblos extraños o en medio de las tormentas? Te hubiese respondido. ¿Por qué no rogaste por tus hombres cuando morían en tierras extrañas anhelando ver a sus mujeres y sus hijos? Hubiese ido a ti como siempre lo hago. Tu orgullo es cruel Iyo y se te ha devuelto menos de lo que merecías”

Iyo guardó silencio ante Nguen, hasta que las estrellas dieron paso a otro día con su tarde. No comió ni bebió nada y parecía como muerto tirado sobre las piedras de la torre. Por fin habló diciendo: “Es verdad cuanto dices, pero en tierras de dioses extraños no te fui infiel y se que si quisieras, harías vivir a los que fueron muertos, devolverías el oido a la reina y le devolverías los brazos y pies a los que volvieron conmigo. Si lo desearas, quitarías la enfermedad que nos agobia y a los que se perdieron en otras tierras, les darías el descanso de la muerte. Pero no sé si quisieras hacerlo y no sé si querrás perdonarme. He visto tanta maldad en otros dioses durante los años que estuve fuera, que lo único que espero de ti es el castigo que merezco para morir tranquilo”

Nguen no habló hasta que la tarde dio paso a la noche y la noche al amanecer y vinieron los sacerdotes a entregar las ofrendas acostumbradas a Nguen. Vino también su madre, sorda y enferma como estaba y Nguen los saludó a cada uno por su nombre como acostumbraba hacerlo siempre. Vio desde la torre como las personas venían como siempre pese a la enfermedad y el dolor a buscar refugio en el dios y sintió vergüenza de si. Le dijo pues Nguen: “La reina ya es sorda y no puede dirigir a su pueblo. Toma pues tu el mando y llévalos a todos hacia la playa, tanto a los niños como a adultos, sean estos sanos o enfermos. Y si alguno se revela, oblígalo so pena de muerte. Allí, se sumergirán en las aguas tantas horas como puedan y más aún. No comerán nada durante 3 días y al cuarto, verán mi poder y consuelo a sus males”

Hizo todo Iyo como se le ordenó. Y hablando al pueblo lo que había conversado con Nguen, llevó a su pueblo a la playa que se le conoce como Welukanfken(2) y esperó ahí hasta que la marea subió. Entonces todos se hecharon al mar y comenzaron a sumergirse una y otra vez, muy profundo, tanto que ningún hombre ni mujer pudo jamás imitarlos. Así estuvieron durante tres días y al cuarto, cuando el sol comenzaba a caer en el horizonte, quisieron salir del mar pero no pudieron, sino que sintieron el deseo inmenso de seguir allí. La magia de Nguen impulsó a Iyo a adentrarse en el mar y muchos lo siguieron nadando cada vez más profundo, y a medida que avanzaban, sus ojos se volvían como los de los peces y sentían que ya no necesitaban aire para respirar. Los que estaban enfermos se sanaron y limpiaron su alma de lo que habían visto sobre la tierra y a los que les faltaban brazos y dedos, les fueron devueltos. Toda esta gente, que fue mucha, nunca más regresó a la tierra(3).

(1) Rukaln: "Casa de creación". Seguramente un edificio donde se desarrollaban las artes y las ciencias y se dedicaba a Nguen las cosas importantes
(2) De la voz Welukan que significa cambiar, mudar.
(3) Se dice que los Refidines viven en las profundidades del mar y que nunca fueron contaminados por la maldad, pero estuvieron ocultos de los demás hombres y mujeres que caminan sobre la tierra. En ocasiones se puede escuchar su canto que es como un lamento.

jueves, septiembre 01, 2005

Isícora

En los tiempos en que Cai, la serpiente marina deambulaba libremente por el mundo corrompiendo la creación, un espíritu de nombre Isícora(*) se presentó ante él para hacerle una pregunta. Dijo Isícora a Cai:
- “Me han dicho que eres un ser muy poderoso, que pocos espíritus se te comparan y pueden hacerte frente, tanto en el cielo o en el mar, o en la misma tierra donde Treng guarda a los hombres”.
Cai reaccionó complacido por éstas palabras de Isícora y le animó a seguir hablando
- “Eres el más sabio y antiguo de nuestra especie, y estuviste en los tiempos en que Nguen hizo las cosas y al hombre, por lo que no puedo encontrar a alguien que pueda responder el gran misterio, a excepción de ti, gran serpiente, que me inquieta noche y día. Quiero preguntarte oh, gran espíritu, como es que Nguen puso en el hombre su alma y si los espíritus de nuestra especie, pueden tener cuerpo mortal ”

Cai se revolvió en si mismo con aquellas ultimas palabras, ese era un secreto que ni el mismo sabía y había buscado al igual que aquel espíritu la forma de entrar en el hombre o de volverse alguien semejante sin perder su poder, pero el hombre era cosa compleja, se podía entrar a el y poseerlo siempre y cuando este se dejara, pero nunca se supo de un espíritu capaz de hacerse un cuerpo mortal. Dicen que Nguen lo había prohibido, por lo que se deducía que existía la forma de hacer aquello, pero los buenos espíritus no intentaban contradecir a Nguen, por mucha que fuese su curiosidad.

Cai guardó silencio por un buen rato, inquiriendo en aquel ser con sus malignos ojos. Por fin habló, y dijo esto:
- “Nunca se supo de aquello que me hablas ni nadie que lo haya intentado y tenido éxito, pero Nguen lo ha prohibido, por lo que se puede hacer, es solo cosa de buscar en el lugar correcto en los momentos correctos, joven espíritu. Y yo, Cai, el más poderoso de los espíritus sobre la tierra creo saber la respuesta que buscas, aunque no he intentado nunca ser como un hombre, sé como hacerme un cuerpo semejante al del hombre. Pero si te digo lo que sé ¿Qué me darás a cambio por mi conocimiento? ¿ Qué puede ser tan grande que valga la pena para mi desobedecer la prohibición de Nguen y su castigo?”
Decía esto para sacar partido de aquella situación, porque Cai no sabía la respuesta pero quería que aquel espíritu le diera algo por nada.

Isícora calló un largo rato, en verdad no había previsto esto. Por fin habló, cuando Cai comenzaba a impacientarse dijo:
“Soy jefe sobre muchos otros semejantes a nosotros, algunos grandes y poderosos, que viven no solo en lugares remotos sino cerca del humano. Si me dices lo que deseo, estaré a tu servicio por siempre y cederé mi rango a ti sobre los espíritus que me sirven” .
Cai sonrió, era una oferta tentadora, pero quiso ver hasta donde era capaz aquel ser por poseer ese conocimiento. Le respondió
- “Es bueno en verdad lo que me ofreces, estaría complacido si tus sirvientes me sirvieran aunque tengo muchos que me sirven y otros tantos que desean estar a mi servicio, pero esto que pides es demasiado maravilloso como para que me contente con dártelo a cambio de tan poco, tu rango no es nada para mi y tus sirvientes solo me darían preocupaciones”

Isícora, volvió a guardar silencio. Pero esta vez debía pensar rápido si quería conseguir algo de Cai. Cai miraba distraídamente a uno y otro lado, tratando de disimular su codicia y su complacencia con el rumbo que estaban tomando las cosas. Por fin Isícora dijo:
- “Me pides mucho, gran espíritu, aunque hay algo que puedo ofrecerte y que te puede interesar. Vivo en una isla, habitada por el hombre y la mujer, sus hijos y bestias. Ellos confían en mi y todo lo que les diga ellos lo harán, porque confían en mi. Puedo hacer que te sirvan, y que te reverencien. Tal vez esto te agrade lo suficiente como para darme tu secreto”
Cai no pudo evitar abrir sus codiciosos ojos. Hasta ese momento, nunca le habían ofrecido algo tan tentador. Cai siempre había deseado ser servido y adorado por muchos, pero debía contentarse con lo que algunos brujos y brujas le daban. Ser reverenciado era lo que buscaba, asi que respondió
-“Está bien, te lo diré, pero debo ver primero a los que me darás y cuando te diga lo que debes hacer para tener un cuerpo como el del hombre y la mujer, tu me cederás tus derechos y harás lo que me has prometido”
Fueron pués Cai e Isícora al pueblo del que éste le hablara. Y vio Cai a muchos hombres y mujeres de piel oscura y cabellos rubio que hacían sus trabajos y moldeaban esculturas y danzaban al son de sus instrumentos. Sin embargo los odió, y los quiso pronto para destruirlos. “Te diré lo que buscas pero en tres días de hombre nos juntaremos en la gran Peña del Mawida, ahi traerás a tus sirvientes para que pasen a ser los mios y jurarás por Nguen todo lo que has prometido y te revelaré este secreto que tanto buscas”
Y fue asi. Tres días después Cai e Isícora se juntaron en la Peña del Mawida, donde se dice que Nguen mostró al hombre el mundo luego de haber sido creado. Ambos estaban ansiosos por lo que antes que el sol comenzara a levantarse en las montañas, ambos se encontraron.
- “Buen día, oh grande y poderoso Cai. He venido para que cumplamos nuestras promesas como acordamos” dijo Isícora.
- “Buen día Isícora, dijo Cai, hoy tus ojos verán el gran secreto que has buscado, pero primero, jura ante la Peña del Mawida como dijiste”
Entonces Isícora se despojó de su envestidura y grados y los entregó sobre la Peña del Mawida, desde donde los tomó la serpiente. Dijo pués las palabras que sellan acuerdos imborrables entre los espíritus y estas se grabaron en la peña. Entonces Cai le reveló el secreto de como hacerse de un cuerpo mortal y le relató a Isícora todos los detalles, pero le escondió que muchas eran solo suposiciones suyas.
E Isícora hizo como Cai le dijera y se encerró en un capullo que colgaba del gran bosque de Alerces que en la lengua antigua se llamó Querish. Estuvo durmiendo durante mucho tiempo, hasta que a fines de invierno, se despojó de su ropaje descubriendo su cuerpo mortal.
Isícora vagó desnuda por mucho tiempo sin recordar quien era. Su cuerpo lampiño y pálido como el de un espíritu aparentaba ser el de una mujer joven y calva de grandes e intranquilizantes ojos verdes. Se quedó viviendo cerca del árbol donde nació a su nueva forma humana y por mucho tiempo tuvo por costumbre correr por aquel bosque como un fantasma bebiendo y comiendo del bosque, curiosa de tantas cosas que veía a su alrededor. Acostumbraba observar a los pequeños espíritus del bosque que deambulaban a los pies de los grandes Boldos y Canelos, escondiéndose, en un principio, asustados ante la posibilidad de que este ser humano pudiese verlos. Pero Isícora no sabía que cosa eran, solo se entretenía observándolos en sus quehaceres, y apenas estos pretendían acercarse a ella, huía velozmente de ahí.

Con el tiempo, su cabello comenzó a crecer ondulado y negro como la noche y en la medida que este crecía, fue recordando a medias quien era y lo que había hecho. Pero no recordó todo, porque mientras estuvo en aquel capullo, Cai la rodeó con su magia para que no recordase nada y no pudiese arrepentirse de lo hecho y reclamar lo perdido.

Y llegó el invierno nuevamente, con sus copos helados e Isícora por primera vez sintió frió. El árbol que la cobijaba ya no le sirvió de refugio, así que se fue de ese lugar. Vagó sin rumbo durante varios días y estuvo a punto de morir varias veces, pero eso no ocurrió, porque Isicora todavía tenía algo de la vida de los espíritus.

Un día, uno de los jóvenes que vive cerca del bosque de Alerces, la encontró vagando casi desfalleciente de frío. Apenas la vio, sintió que se enamoraba de aquella bella mujer. La subió a su milodón y la llevó a su casa donde le sirvió sopa de coyonka para entibiar su frio cuerpo. Isícora fue feliz con aquel humano durante años; lo olía, lo besaba, lo abrazaba y lo observaba día y noche embelesada con él, con su alegría y su cuerpo. Al no saber su nombre la llamó Eliana, porque cerca de Elian la encontró(1).

Dormían juntos y el le prometía estar siempre con ella, protegerla y amarla pasara lo que pasara, pero esto no alegraba a Isícora, sino que la entristecía profundamente. El joven notó aquello y creyó que ella deseaba ser desposada, así que antes de terminarse el invierno le propuso matrimonio.

El día de la boda, los pocos que vieron a la mujer quedaron boquiabiertos, impresionados por su belleza sobrenatural, pero atemorizados porque notaron que no era como las demás mujeres del pueblo. Quisieron pués los padres del joven preguntarle dónde había conocido a aquella mujer y al contarles él lo ocurrido en las inmediaciones del bosque, le aconsejaron devolverla donde la había encontrado. Aquel consejo fue algo que no se esperaba, pero no queriendo herir a sus padres les dijo “Nguen ha puesto su misericordia en mi camino ¿podré yo menospreciarla?” Entonces ellos al ver que su hijo estaba decidido a casarse con Eliana, le dieron su bendición.
Fueron años muy felices para ambos e Isícora estaba muy enamorada de aquel joven, pero en ocasiones oscuras premoniciones ensombrecían su felicidad.

Isícora nunca cambiaba, a medida que pasaban los años se iba haciendo más y más hermosa, pero el joven se fue poniendo viejo y cansado. Y los años entristecían su rostro, porque veía que sus fuerzas se agotaban y no podía darle a su mujer todo lo que quisiera.

Un día, en que el otoño ponía rojos los árboles de Elian, llegaron unos salteadores que venían del oeste saqueando las chozas que encontraban a su paso. Estaban hambrientos y vieron en aquella pareja una buena oportunidad de divertirse. Ocultos detrás de los arbustos, observaron que él era viejo y su pelo ya estaba canoso. Contemplaron también a Isicora mientras hacía aseo y sintieron deseos de ella, porque la vieron hermosa y joven, pero no vieron su rostro porque estaba cubierto por un velo.

Asi que esperaron a que estuvieran dormidos en la siesta entraron a la choza haciendo mucho ruido para confundirlos. Tomaron al hombre y lo golpearon hasta casi matarlo, mientras uno de ellos sujetaba a Eliana entre sus brazos. Ella no supo que hacer, pero cuando vio que la sangre de su esposo corría por el suelo y con ella su vida, una rabia inmensa se apoderó de su corazón y su rostro se transformó. Los hombres sintieron gran temor al ver sus cabellos como serpientes y sus ojos brillantes y verdes, pero no pudieron huir porque se quedaron petrificados al ver el verdadero rostro de Eliana, que es la ira de Isícora.

Uno a uno los hombres murieron, porque ella entró en sus cuerpos y los destruyó por dentro. Luego, con solo el deseo de su mente, aquellos cuerpos fueron arrojados hecho pedazos cerca del río. Por eso a aquel río se le conoce como Lefilla(2).

Eliana trató de curar a su esposo y fue grande su sufrimiento al no poder sanarlo. Sentía que su alma se iba cada hora que pasaba y no existía poder que pudiese retenerlo. Hizo varios ungüentos que sacó de plantas que crecían en el bosque, pero la edad de su esposo no le permitía retener la vida.
Por fin, un día él murió. Eliana lo llamó por su nombre varias veces, por si escuchaba, lo abrazó y olfateó, pero su olor se había ido con él. Sus gritos eran la muestra del dolor que nunca había sentido antes y en medio de ese llanto, recordó quien era en verdad. Recordó su nombre y el acuerdo con Cai, recordó que era un espíritu sin corazón de mujer, inmortal y deseó nunca haberse transformado en humana. Aquel dolor era tan terrible que la hizo conservar el cuerpo de su esposo y dormir a su lado por varios días con sus noches, hasta que el olor la hizo ir al bosque y enterrarlo.
Sus lágrimas fueron su peor castigo, porque el hombre y la mujer olvidan sus sufrimientos cuando mueren, pero un espíritu vive por siempre y al tener un corazón humano, este corazón le recuerda día a día su desdicha.

Isícora abandonó aquel lugar. Volvió al antiguo árbol donde vino al mundo como una humana y se quedó allí llorando por años y años interminables(3)

(*)Isícora probalemente proviene de una palabra muy antigua consignada en el libro de Kel, "Iscor", que es "modelar la greda" o "cambiar la forma de una cosa usando los mismos elementos", como cuando se reutiliza la madera. Algunos argumentan que su origen es "ishcora" que es el verbo destruir o gastar.
(1)Elian probablemente es una variacion de "Eln", que significa "crear" o "nacer"
(2) Rio de muertos
(3) No se sabe con exactitud que ocurriió con Isícora. Algunos creen que jugó un papel importante en la guerra que libraron los espíritus por la defensa del hombre. Se dice que luchó valientemente al lado de Treng, el espíritu que custodia las tierras, para frenar el poder ambicioso y destructor de Cai, la serpiente marina. Algunos pasajes en el Libro de Kel dicen que pronto se cansó de su forma humana y volvió a buscar el rostro de Nguen, pero ya nunca más pudo verlo cara a cara.