Los Refidines
Los "Refidines" fueron en un momento hombres. Vivieron junto al mar en días en que la tierra no estaba muy poblada y todavía no se creaban armas para la guerra,y los hombres y las mujeres andaban desnudos por el mundo. El frío y el mal todavía estaban lejanos. No sabían de la muerte, ya que los Refidines vivían muchos años, tantos e incontables que no habían visto morir a ninguno de su especie y el dolor, la vejez o la enfermedad les eran desconocidos
Amaban a Nguen y le ofrendaban de sus cosechas y lo que hacían con sus manos cada mañana, cuando el bajaba y les llamaba a cada uno por su nombre. Nguen los favorecía con buen clima y buenas cosechas y les permitía ver a los espíritus que rodean al hombre y que son hijos de la tierra.
Tenían todo aquello que los podía hacer felices y prósperos, y a medida que fueron entendiendo el arte de la navegación, construyeron bellas embarcaciones con las cuales se hacían a la mar, buscando y estudiando a los enormes monstruos marinos que surcaban el océano y a los espíritus que los acompañaban. Se volvieron hábiles nadadores y en ocasiones un refidín podía estar sumergido un día con su noche completa bajo el agua, por lo que era costumbre de aquella hermosa gente, competir por saber quien era el más hábil para sumergirse en el océano.
Cierto día, el hijo de la reina, que se llamó “Iyo” solicitó a su madre permiso para hacer una gran embarcación que surcara el océano y les permitiera conocer aquel extenso mundo. Quiso Iyo tomar a los mejores y mas valientes refidines, y durante muchos cambios de estación, construyeron un enorme barco, cuyos mástiles podían observarse desde muy lejos y cuya altura sobrepasaba la de las torres de la ciudad. Cuando estuvo terminada la obra, Iyo fue ante su madre para avisarle que pronto partiría. A la mañana siguiente y antes que despuntara el alba, llevó flores rituales a los pies del Rukaln(1) para luego conversar en lo alto de la torre con Nguen.
Cuando subió a la torre, Nguen estaba ahi y lo llamó por su nombre como lo hacía cada mañana. Su voz era como música y tormentas a la vez, como relámpagos y el sonido del agua cayendo, pero Iyo ya conocía aquel sonido y se sintió seguro y confortado. Le expuso sus intenciones a Nguen y le habló como no lo hacía desde que era niño; le nombró sus deseos de recorrer el mundo y conocer las maravillas de todo lo creado y de ver las gentes que habitan al otro extremo del mar.
Nguen calló luego de escucharlo. Él sabía que en el mundo una gran maldad había comenzado a contaminarlo todo y que en su camino por el mar, Iyo encontraría a Cai, la serpiente marina. Asi que Nguen tuvo compasión de él y le dijo: “Se que no has venido a solicitar consejo, sino a despedirte, porque lo que has determinado hacer lo harás, aunque te pida que te quedes” Entonces Iyo se sintió sorprendido por aquellas palabras y respondió: “Si me pides que me quede, lo haré" y no preguntaré nada más.
Asi que Iyo se quedó entre sus hermanos por varios cambios de estación. Subía todas las mañanas a conversar con Nguen junto a los otros del pueblo y la reina, pero no se quedaba a solas con él sino que participaba de la liturgia en conjunto con los otros. Entonces supo Nguen que la sombra de maldad que cubría el mundo también estaba llegando a los refidines y un día en que Iyo oteaba triste el horizonte del mar desde la proa de su barco, se le acercó a hablarle. Pero su voz fue suave y dulce y le habló de las cosas que están mas allá de los confines del mar, de las otras gentes que habitan ciudades y adoran dioses de nombres oscuros, que reclaman la sangre de sus siervos para si. También le habló de Cai, la serpiente marina, el monstruo que corrompe el corazón de los hombres y espíritus mas fuertes. Finalmente le preguntó: “Con todo esto aun deseas ir” e Iyo le contestó que si. Entonces Nguen le dijo “sea como desea tu alma" y lo bendijo.
Asi fue como a fines de ese año Iyo se hecho a la mar. Preparó grandes porciones de comida y pertrechos y a los mejores refidines para que lo ayudaran en su propósito, pero Iyo no volvió a presentarse a Nguen solo ni Nguen le volvió a buscar. Todas sus fuerzas estaban abocadas en su propósito y un día soleado de fines de primavera, partió.
Se dice que recorrió muchos lugares, entre ellos las tierras alejadas de los gigantes y los lugares donde las montañas están en continuo movimiento. Conoció las gentes que adoran otros dioses extraños que piden beber de la sangre de sus victimas, pero ninguno de ellos le habló nunca. Llevaba una gran provisión de piedras y pedazos de oro y conoció como se comerciaba con ellos. Sin embargo, en muchos lugares lo engañaron y varios de sus hombres fueron hechos prisioneros y esclavos, algunos contrajeron raras enfermedades que lo llevaron a la muerte y otros quedaron mutilados en reyertas atizadas por la violencia de aquellas gentes. En muchas ocasiones, se salvó milagrosamente de que lo tomaran prisionero. Vio como se hacía pelear a los animales y los hombres hasta que morían, conoció la esclavitud y en medio de aquello, deseó volver a su tierra, a ver a su parentela y sus amigos. Estuvo 120 años fuera y cuando volvió, ya no era el mismo.
La reina fue avisada de que se había observado un inmenso navío que se acercaba a la costa y que ese navío era el de su hijo. Toda la ciudad fue a recibirlo cuando desembarcó, pero también todos se asombraron del estado en que venía la tripulación y el mismo barco. Algunos bajaron enfermos y con heridas putrefactas, con ojos y manos de menos, cansados, ennegrecido y deshidratados. Iyo no bajó hasta el final, tal vez avergonzado de volver a esa tierra en ese estado tan lamentable.
Nadie lo reconoció cuando bajó. Las canas le cubrían la cabeza y aunque estaba entero, parecía llevar un gran peso encima que lo hacía encorvarse como un anciano.
Pero lo peor no fue eso, sino que trajo con él el mal de las otras naciones, las pestes que no se conocían en su ciudad. Mucha gente murió por ello porque no conocían medicinas para combatirlas ni ungüentos para aliviar las heridas. Incluso la reina, su madre, estuvo enferma botando sangre por sus oídos por largos días. La fortaleza de su estirpe le permitió sobrevivir, pero quedó sorda para siempre. Tuvieron que quemar los cadáveres a las afueras de la ciudad, llorando y gimiendo por sus hermanos muertos. Y supo Iyo que el mal que había visto en su viaje había regresado con el, cruel y nefasto como era en otras partes de la tierra , pero no lloró.
Amaban a Nguen y le ofrendaban de sus cosechas y lo que hacían con sus manos cada mañana, cuando el bajaba y les llamaba a cada uno por su nombre. Nguen los favorecía con buen clima y buenas cosechas y les permitía ver a los espíritus que rodean al hombre y que son hijos de la tierra.
Tenían todo aquello que los podía hacer felices y prósperos, y a medida que fueron entendiendo el arte de la navegación, construyeron bellas embarcaciones con las cuales se hacían a la mar, buscando y estudiando a los enormes monstruos marinos que surcaban el océano y a los espíritus que los acompañaban. Se volvieron hábiles nadadores y en ocasiones un refidín podía estar sumergido un día con su noche completa bajo el agua, por lo que era costumbre de aquella hermosa gente, competir por saber quien era el más hábil para sumergirse en el océano.
Cierto día, el hijo de la reina, que se llamó “Iyo” solicitó a su madre permiso para hacer una gran embarcación que surcara el océano y les permitiera conocer aquel extenso mundo. Quiso Iyo tomar a los mejores y mas valientes refidines, y durante muchos cambios de estación, construyeron un enorme barco, cuyos mástiles podían observarse desde muy lejos y cuya altura sobrepasaba la de las torres de la ciudad. Cuando estuvo terminada la obra, Iyo fue ante su madre para avisarle que pronto partiría. A la mañana siguiente y antes que despuntara el alba, llevó flores rituales a los pies del Rukaln(1) para luego conversar en lo alto de la torre con Nguen.
Cuando subió a la torre, Nguen estaba ahi y lo llamó por su nombre como lo hacía cada mañana. Su voz era como música y tormentas a la vez, como relámpagos y el sonido del agua cayendo, pero Iyo ya conocía aquel sonido y se sintió seguro y confortado. Le expuso sus intenciones a Nguen y le habló como no lo hacía desde que era niño; le nombró sus deseos de recorrer el mundo y conocer las maravillas de todo lo creado y de ver las gentes que habitan al otro extremo del mar.
Nguen calló luego de escucharlo. Él sabía que en el mundo una gran maldad había comenzado a contaminarlo todo y que en su camino por el mar, Iyo encontraría a Cai, la serpiente marina. Asi que Nguen tuvo compasión de él y le dijo: “Se que no has venido a solicitar consejo, sino a despedirte, porque lo que has determinado hacer lo harás, aunque te pida que te quedes” Entonces Iyo se sintió sorprendido por aquellas palabras y respondió: “Si me pides que me quede, lo haré" y no preguntaré nada más.
Asi que Iyo se quedó entre sus hermanos por varios cambios de estación. Subía todas las mañanas a conversar con Nguen junto a los otros del pueblo y la reina, pero no se quedaba a solas con él sino que participaba de la liturgia en conjunto con los otros. Entonces supo Nguen que la sombra de maldad que cubría el mundo también estaba llegando a los refidines y un día en que Iyo oteaba triste el horizonte del mar desde la proa de su barco, se le acercó a hablarle. Pero su voz fue suave y dulce y le habló de las cosas que están mas allá de los confines del mar, de las otras gentes que habitan ciudades y adoran dioses de nombres oscuros, que reclaman la sangre de sus siervos para si. También le habló de Cai, la serpiente marina, el monstruo que corrompe el corazón de los hombres y espíritus mas fuertes. Finalmente le preguntó: “Con todo esto aun deseas ir” e Iyo le contestó que si. Entonces Nguen le dijo “sea como desea tu alma" y lo bendijo.
Asi fue como a fines de ese año Iyo se hecho a la mar. Preparó grandes porciones de comida y pertrechos y a los mejores refidines para que lo ayudaran en su propósito, pero Iyo no volvió a presentarse a Nguen solo ni Nguen le volvió a buscar. Todas sus fuerzas estaban abocadas en su propósito y un día soleado de fines de primavera, partió.
Se dice que recorrió muchos lugares, entre ellos las tierras alejadas de los gigantes y los lugares donde las montañas están en continuo movimiento. Conoció las gentes que adoran otros dioses extraños que piden beber de la sangre de sus victimas, pero ninguno de ellos le habló nunca. Llevaba una gran provisión de piedras y pedazos de oro y conoció como se comerciaba con ellos. Sin embargo, en muchos lugares lo engañaron y varios de sus hombres fueron hechos prisioneros y esclavos, algunos contrajeron raras enfermedades que lo llevaron a la muerte y otros quedaron mutilados en reyertas atizadas por la violencia de aquellas gentes. En muchas ocasiones, se salvó milagrosamente de que lo tomaran prisionero. Vio como se hacía pelear a los animales y los hombres hasta que morían, conoció la esclavitud y en medio de aquello, deseó volver a su tierra, a ver a su parentela y sus amigos. Estuvo 120 años fuera y cuando volvió, ya no era el mismo.
La reina fue avisada de que se había observado un inmenso navío que se acercaba a la costa y que ese navío era el de su hijo. Toda la ciudad fue a recibirlo cuando desembarcó, pero también todos se asombraron del estado en que venía la tripulación y el mismo barco. Algunos bajaron enfermos y con heridas putrefactas, con ojos y manos de menos, cansados, ennegrecido y deshidratados. Iyo no bajó hasta el final, tal vez avergonzado de volver a esa tierra en ese estado tan lamentable.
Nadie lo reconoció cuando bajó. Las canas le cubrían la cabeza y aunque estaba entero, parecía llevar un gran peso encima que lo hacía encorvarse como un anciano.
Pero lo peor no fue eso, sino que trajo con él el mal de las otras naciones, las pestes que no se conocían en su ciudad. Mucha gente murió por ello porque no conocían medicinas para combatirlas ni ungüentos para aliviar las heridas. Incluso la reina, su madre, estuvo enferma botando sangre por sus oídos por largos días. La fortaleza de su estirpe le permitió sobrevivir, pero quedó sorda para siempre. Tuvieron que quemar los cadáveres a las afueras de la ciudad, llorando y gimiendo por sus hermanos muertos. Y supo Iyo que el mal que había visto en su viaje había regresado con el, cruel y nefasto como era en otras partes de la tierra , pero no lloró.
Fue pués de madrugada, antes que amaneciera, a visitar el Rukaln y subió a la alta torre para hablar con Nguen. Se puso en tierra y lloró y gritó como nunca hacen los hombres, se golpeó el pecho y las sientes y rasgó su manta quedando desnuda su alma y su cuerpo delante de Nguen. Pero Nguen no habló hasta que se hizo de tarde, hasta que Iyo ya no tuvo mas lágrimas y el frio se posó sobre la ciudad, hasta que Iyo sintió como negros nubarrones dejaban caer su carga de infinitas piedrecillas de hielo sobre la ciudad rompiendo techos y árboles. Entonces habló Nguen, y su voz no había cambiado desde la última vez que le hablara, pero ahora era severa y triste. Habló pués de esta forma a Iyo: “Hijo mío, amado Iyo ¿Por qué vienes con llanto y súplica delante de mi? ¿Acaso podré borrar de mi presencia el mal del hombre y la mujer que habitan esta tierra? ¿Podré devolver el oído a la reina y la vida a tus hombres y el corazón a los que fueron quebrantados por tu soberbia? Día y noche te vi tambalear y morderte el miedo queriendo regresar, pero no lo hiciste ¿Por qué no me invocaste en los pueblos extraños o en medio de las tormentas? Te hubiese respondido. ¿Por qué no rogaste por tus hombres cuando morían en tierras extrañas anhelando ver a sus mujeres y sus hijos? Hubiese ido a ti como siempre lo hago. Tu orgullo es cruel Iyo y se te ha devuelto menos de lo que merecías”
Iyo guardó silencio ante Nguen, hasta que las estrellas dieron paso a otro día con su tarde. No comió ni bebió nada y parecía como muerto tirado sobre las piedras de la torre. Por fin habló diciendo: “Es verdad cuanto dices, pero en tierras de dioses extraños no te fui infiel y se que si quisieras, harías vivir a los que fueron muertos, devolverías el oido a la reina y le devolverías los brazos y pies a los que volvieron conmigo. Si lo desearas, quitarías la enfermedad que nos agobia y a los que se perdieron en otras tierras, les darías el descanso de la muerte. Pero no sé si quisieras hacerlo y no sé si querrás perdonarme. He visto tanta maldad en otros dioses durante los años que estuve fuera, que lo único que espero de ti es el castigo que merezco para morir tranquilo”
Nguen no habló hasta que la tarde dio paso a la noche y la noche al amanecer y vinieron los sacerdotes a entregar las ofrendas acostumbradas a Nguen. Vino también su madre, sorda y enferma como estaba y Nguen los saludó a cada uno por su nombre como acostumbraba hacerlo siempre. Vio desde la torre como las personas venían como siempre pese a la enfermedad y el dolor a buscar refugio en el dios y sintió vergüenza de si. Le dijo pues Nguen: “La reina ya es sorda y no puede dirigir a su pueblo. Toma pues tu el mando y llévalos a todos hacia la playa, tanto a los niños como a adultos, sean estos sanos o enfermos. Y si alguno se revela, oblígalo so pena de muerte. Allí, se sumergirán en las aguas tantas horas como puedan y más aún. No comerán nada durante 3 días y al cuarto, verán mi poder y consuelo a sus males”
Hizo todo Iyo como se le ordenó. Y hablando al pueblo lo que había conversado con Nguen, llevó a su pueblo a la playa que se le conoce como Welukanfken(2) y esperó ahí hasta que la marea subió. Entonces todos se hecharon al mar y comenzaron a sumergirse una y otra vez, muy profundo, tanto que ningún hombre ni mujer pudo jamás imitarlos. Así estuvieron durante tres días y al cuarto, cuando el sol comenzaba a caer en el horizonte, quisieron salir del mar pero no pudieron, sino que sintieron el deseo inmenso de seguir allí. La magia de Nguen impulsó a Iyo a adentrarse en el mar y muchos lo siguieron nadando cada vez más profundo, y a medida que avanzaban, sus ojos se volvían como los de los peces y sentían que ya no necesitaban aire para respirar. Los que estaban enfermos se sanaron y limpiaron su alma de lo que habían visto sobre la tierra y a los que les faltaban brazos y dedos, les fueron devueltos. Toda esta gente, que fue mucha, nunca más regresó a la tierra(3).
(1) Rukaln: "Casa de creación". Seguramente un edificio donde se desarrollaban las artes y las ciencias y se dedicaba a Nguen las cosas importantes
(2) De la voz Welukan que significa cambiar, mudar.
(3) Se dice que los Refidines viven en las profundidades del mar y que nunca fueron contaminados por la maldad, pero estuvieron ocultos de los demás hombres y mujeres que caminan sobre la tierra. En ocasiones se puede escuchar su canto que es como un lamento.
6 Comments:
ME ENCANTO ESTA HISTORIA....
Asocié de inmediato esta historia a la leyenda de la Atlantida donde hay seres que habitan en el mar.
Super buena al = que las anteriores.
Me gustaria que le pudieras agregar más imagenes eso sí para poder enriquecer mas las historias.
Te quiero mucho y admiro tu talento.
Jessica
mi dijo...
He estado leyendo un ratito tu blog y tengo una duda :),estas historias son leyendas populares o surgen de tu imaginación?
Estas son historias mías, pero nacen de una investigación de años y años de viejas y nuevas historias que se cuentan en el sur de Chile y en otras partes.
wow!, vaya relato... (voy en el segundo decafeinado, je!)
Saludos.
exelente tu blog amigo, haces un buen trabajo interesando a la gente con relatos de tu autoria afines con historias de la creacion, he llegado a el buscando un persnaje y me encuentro con un rica variedad de ellos, a modo de sugerencia seria factible que especificaras cuales son las historias q corresponden a Chile y las de otras culturas, seria genial, una vez mas felicitaciones.
La verdad es q las mezclo, de varias culturas. Parece que hay un hilo conductor entre las historias, ciertas ideas que son comunes a muchas culturas y no solo a las latinoamericanas. He preferido usar, en todo caso, vocablos y fonemas tomados de la cultura mapuche, selknam y de otros aborígenes de Chile.
Un abrazo, grx por postear.
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