miércoles, agosto 31, 2005

El Tremongen

En los días en que Lilpuken, el viejo era jefe de su tribu, una mujer llamada Welendo perdió a su hijo, el más amado de todos, de nombre Tremo. Este era cazador y médico y solía deambular por los bosques y conversar con los antiguos espíritus que viven cerca de los arroyos y las quebradas. Todo lo que hacía properaba y era heroico y gentil, por lo que llegó a ser muy apreciado por quienes le rodeaban.
Pero Tremo, que era hombre arriesgado y nunca sufrió enfermedades ni males, fue arrastrado por un viento frío en lo alto del Mawida, que lo Hizo caer al fondo de una quebrada, donde se desnucó.
Entonces su madre, no pudiendo aceptar su muerte, lloró con el más amargo de los pesares por muchos días y cambios de estación, sin aceptar recibir consuelo de nadie, ni de los sacerdotes ni de las machis. Y culpó de su desdicha a los espíritus, de arrebatarle a su hijo por envidia, sobre todo a Kalimo, el que monta el viento del norte y que las brujas llaman Pillán. Y no quiso escuchar a quienes le decían que Tremo era arriesgado, que tenía por costumbre trepar solo a las altas cumbres para tentar a su suerte, sintiéndose siempre invencible.
Y sobre la tumba de su hijo puso flores, armas y ropa. Y se sentó día tras día, todas las mañanas a hablarle a su hijo como si aun viviera. Su mente se trastornó con el tiempo y Welendo ya no diferenció lo que es verdad de lo que es mentira, sino que hablaba de su hijo como si aun viviera.
Decía: “Vi a unos espíritu que me dijeron que tremo no está muerto, sino que Nguen lo ha llevado para su cielo queriendo hacerle un dios” o decía "Tremo me ha hablado" haciéndole saber tal o cual cuestión.
Todos solían tener por fatuas las palabras de Welendo, hasta que ocurrió algo que le dio crédito a las locuras de la viejecilla.
Un día la hija del Jefe Lilpuken enfermó por comer hongos silvestres venenosos. Su estado era en extremo grave, empeorando con el paso de los días. Sin embargo Welendo comenzó a decirle a todo el que podía que Curinao, que es como se llamaba la niña, sanaría, que Tremo se lo había dicho. Algunos se enojaron por considerar esta una crueldad por parte de la loca mujer y la amenazaron con desbarrancarla si seguía hablando sandeces. Pero ella siguió diciendo lo que se le venía a la cabeza, sin prestarles atención.
La niña empeoraba día tras día, pero al cuarto día
se restableció completamente dejando a todos asombrados. Todos lo consideraron un verdadero milagro.
La gente del pueblo comenzó a creer entonces las historias que tejía aquella mujer y a los días después, algunos del pueblo pusieron flores rituales, de las que solo se ofrendan a Nguen, sobre la Tumba de Tremo.
Con el tiempo, muchos visitaron el cementerio en busca de milagros y respuestas. La mayoría se marchaba decepcionado, pero aquellos que veían concedidas su peticiones, volvían y hablaban a otros las historias de Tremo, el “hijo de Nguen*, que fue hecho un dios”.
Con todo esto, la gente abandonó el culto de Nguen y sus santuarios sobre los lugares altos fueron descuidados.


*Según el Libro de Kel, con el tiempo, la gente pasó a llamarle Tremongen, que quiere decir "espíritu hermoso". Sin embargo, también es posible que sea la unión de dos palabras "tremong"(confusión) y "ngen" (espíritu) y que el nombre Tremongen indique la gran confusión que causó en la antigua religión esta historia

lunes, agosto 29, 2005

Cai, la serpiente marina



"En el comienzo Nguen puso cuatro guardianes para que mantuviesen el orden en los grandes espacios de la tierra. A Nguemó, sobre las altas montañas, a Moouqñe en el fondo de la tierra, a Treng en la tierra donde habita el hombre y a Cai en el mar. Pero Cai aborreció al hombre; desde su misma creación su corazón fue de profundo odio, y el día señalado, sin previo aviso, subió del mar para tomar por la fuerza lo que siempre creyó suyo"
(Libro de Kel)

martes, agosto 16, 2005

Y Fue (II)

Y fue la Ciudad. Y la Ciudad hizo al hombre. Con sus manos de antenas y edificios lo moldeó; y con el barro de las callejas antiguas le dio forma. Le hizo ojos de vidrio y los cubrió del color de palomas y gorriones.
Luego sopló su aliento de encierro en su garganta para animarlo a moverse. Entonces el hombre vivió. Y al verse a si mismo, sonrió, porque no conocía otra cosa.
Y dijo la ciudad: “He aquí que el hombre es igual a mí”

Y Fue

Y fue la Ciudad. Y la ciudad creó al hombre; del polvo de sus calles agrietadas lo formó. Le hizo ojos de vidrio y los cubrió del color de las palomas y de los gorriones. Luego sopló en él su hálito fiero de tierras descampadas y postes. Y el hombre vivió.
Y tomo a las bestias de ruedas poderosas y les puso nombre; uno para cada una según su especie. Luego vadeo el río y vertió en él su podredumbre mortal. Luego sus hijos hicieron lo mismo, y los hijos de sus hijos e hijas como habían aprendido. Y he aquí que la ciudad dijo: Es el hombre igual a mí.